Tras haber ganado tres veces el Abierto Abierto Británico y dos el Masters de Augusta, el español Severiano Ballesteros se retiró en 2007 siendo una leyenda del golf, admirado por aficionados y colegas; meses más tarde le descubrieron un tumor en el cerebro, del cual se está recuperando de manera sorprendente.
Cuando era chico, Severiano Ballesteros vivía a sólo una cuadra del Golf Club de Pedreña, la pequeña villa cantábrica donde nació, el 9 de abril de 1957. Pero solía practicar sus golpes de golf sobre la arena, en la playa, escuchando el mar. No era fácil hacerse un lugar entre los grandes. Aun teniendo como tío a Ramón Sota, campeón de España, o como padre al jardinero del lugar. En noches de luna llena de verano se las ingeniaba para caminar por el césped con su palo al hombro. Más de una vez lo descubrieron y lo retaron, sin apagar la voluntad de aquel chiquillo inquieto.
“El hecho de no poder jugar en el campo de golf, de no tener permiso, me llevaba a saltar la tapia y colarme al atardecer para hacerlo —recuerda Ballesteros, tres veces campeón del Abierto Británico (1979, 1984 y 1988) y en dos ocasiones ganador del Masters de Augusta (1980 y 1983)—. Trepaba por la pared y cogía las pelotas perdidas. Me robaron aquel hierro tres viejo de mis primeros años. Lo escondía en una mata, y desapareció. Me lo había regalado mi hermano Manuel. Cuando salía de casa para ir al colegio, escondía los libros y cogía el palo.”
Sus otros hermanos se llaman Baldomero y Vicente, también profesionales del golf. “Fue el entorno el que me metió en el juego —admite Severiano, máximo ganador del Circuito Europeo, con 50 éxitos y cinco torneos grandes, por delante del alemán Bernhard Langer (42 y 2) y el estadounidense Tiger Woods (36 y 14)—. El hecho de tener el campo cerca, mis hermanos jugando, y yo trabajando allí, pues ahí nació mi amor por este deporte. El entorno nos marca. En nuestro entorno es donde nacen las ideas, las pasiones, los retos. Todo.”
DE TAL PALO, TAL ASTILLA
Severiano solía ayudar con las vacas a su padre labrador, Baldomero. “En realidad, en todas las labores del campo de la familia. Yo creo que me impulsaron más las dificultades. Ahora, todos aquellos problemas los veo como algo muy positivo. A cualquier niño rebelde le dices ‘¡Por aquí no!’, y él va. Eso me ayudó a aumentar las ganas, el hambre, la pasión. Aquella rebeldía me la transmitió mi padre, un hombre que siempre defendió la libertad y luchó mucho contra la injusticia, incluso durante la dictadura de Franco. Nunca le escuché hablar de política, pero no le gustaba aquello. Lo que soñaba era muy sencillo: conseguir una vaca más”.
Su padre murió de cáncer de pulmón. “Fue un sufrimiento.” Cáncer también le detectaron a Severiano. De cerebro. “El 5 de octubre de 2008 me caí en el Aeropuerto de Barajas en las escaleras mecánicas. Un rato después, me volví a caer, en la puerta de un restaurante. Me llevaron al Hospital de La Paz, de Madrid. Entré en Urgencias y me dijeron: ‘Tienes una mancha grande y puede que lleve bastante tiempo ahí. Es un tumor. La suerte es que está en el lado derecho. ¿Te lo puedes imaginar? Tuve un shock. Es tremendo. Luego recordé que tenía la parte izquierda como anulada. A veces me fallaba el ojo, el brazo o la pierna, que se quedaba como dormida. Me daba golpes con las esquinas y pensaba yo: ‘¡Qué raro, será la edad!’”
Lo operaron cuatro veces en dos semanas. Le extirparon un tumor del tamaño de dos pelotas de golf. Pasó 72 días internado y se fue a su casa en Navidad. En 2007 había anunciado su retiro y sufrido la pérdida de su compañera, Fátima Galarza, en un accidente de tránsito. A cuatro meses de las operaciones ya apareció en público, habló en inglés ante la prensa, volvió a jugar al golf, “aunque veía el hoyo algo difuso. He recuperado mucho, pero sé que el proceso es largo. ¡Es el par 72 más largo del mundo! Esto hay que admitirlo y afrontarlo. Es a vida o muerte. Recuperarme es mi trabajo”.
FIRME, HASTA QUE CESE LA LLUVIA
El rey Juan Carlos le ha manifestado: “Eres un ejemplo, Severiano”. Ballesteros le contestó: “No, soy un privilegiado, porque tengo una segunda oportunidad, porque he descubierto las pequeñas cosas”. La cálida admiración de sus colegas, por ejemplo (Tiger Woods ha dicho: “Ballesteros es el más creativo que ha tenido este deporte”). O, simplemente, afeitarse, vestirse sin ayuda. Ser, en definitiva, autosuficiente. Ahora, Severiano se levanta a las 8, desayuna, camina, pedalea en la bicicleta fija, rema, efectúa ejercicios de movilidad y sensibilidad, come pescado y verduras.
“Si no luchas, si no crees, no vas a ganar. Merece la pena luchar. La vida, en ese sentido, es como el deporte: hay que luchar cada día y nunca darse por vencido. Como solía bromear mi amigo el argentino Roberto De Vicenzo [campeón del Abierto Británico en 1967], cuando llegan los malos tiempos, hay que abrir el paraguas y esperar a que deje de llover. La frustración viene por culpa de uno. Hay que luchar por lo que deseas. Frustrado es quien no lo intenta, quien no tiene constancia.”
En 1979, un año después del servicio militar, Ballesteros se convirtió en el más joven ganador del siglo XX del Abierto Británico y consiguió el primero de sus seis títulos en la Copa Ryder (1979, 1983, 1985, 1987, 1989 y 1995). En 1980, se transformó en el primer europeo en ponerse la chaqueta verde del Masters de Augusta (con 23 años, 23 birdies y un águila). Y, en 1999, en el primer europeo en formar parte del Hall de la Fama del Golf. Quizá, por entonces ya estaba enfermo y no lo sabía. Unos nueve años, calculan los neurocirujanos, tarda el cáncer en generar síntomas.
“Seve ha sido el paciente perfecto —afirma Cristóbal Belda, oncólogo del Hospital de La Paz—. Ha sido un avance espectacular, en el que ha ayudado, por supuesto, su pasado de deportista y su buen estado físico general. Los deportistas tienen ventaja, pero no psicológica, sino física. Para los tratamientos, tenemos en cuenta la reserva biológica, el estado de los riñones, del hígado, la masa muscular, la capacidad de consumo de oxígeno.” Fuerza le sobra a Severiano, “el artista”, como gusta definirse a sí mismo. El guerrero de una de las más nobles de las batallas. “La verdadera y la única: la lucha contra las enfermedades, que no distinguen ni ideologías ni razas y atentan contra nuestro máximo patrimonio, la salud. Ellas son el verdadero enemigo”.