Reportage a Ramón Sota por El País. "Yo solo era el hijo del labrador"

La vida de superación de Ramón Sota, el niño de Pedreña que escapó del campo y el mar para ser el primer golfista español en codearse con los grandes . Nació a pocos metros del hoyo 6 del Real Club Golf de Pedreña y ahí sigue a los 72 años, junto al mar Cantábrico, las vistas al Palacio de la Magdalena y los Picos de Europa. El séptimo hijo de Marcelino y Asunción, labradores y ganaderos, se llamó Ramón. Ramón Sota. Era 1938 y el matrimonio ya no esperaba más niños (la última hermana había nacido ocho años antes).

Ramonín pasó su infancia como el último eslabón de una cadena familiar basada en el duro trabajo del campo y el mar. Aquel niño trabajaba en la siembra, pescaba quisquillas y cuidaba de las vacas. Por la tarde estudiaba dos horas. En época de posguerra, las penurias marcaban la vida de los Sota. Solo una cosa alimentaba los sueños del pequeño Ramón. Algo impensable para el mundo del que procedía, pero que pronto se convirtió en su pasión y luego en una carrera única en España. El golf.

Mientras pasea por el club de Pedreña y toma más tarde un vino blanco, el lunes pasado, Ramón Sota recuerda la historia de su vida, la de ese niño que se escapaba de la labranza para hacer de caddie, que llegó a profesional, a ganar cuatro Campeonatos de España y a ser sexto, el mejor europeo hasta entonces, en el Masters de Augusta de 1965, la historia del tío que vio cómo su sobrino Severiano Ballesteros Sota mejoraba su herencia. A veces baja la voz y habla en susurros, como si revelara un secreto.

El club de Pedreña fue creado en 1928 para atraer a los turistas británicos y para el disfrute de la burguesía y la realeza españolas. El terreno fue comprado a los labradores de la zona. "Mis padres tenían tierras a 140 metros del green del 6. Cultivaban maíz, habichuelas, alfalfa y cebada para el ganado. Teníamos unas vacas.

En casa no había ningún sueldo. La vida era muy dura. Yo debía hacer los trabajos caseros y luego venía al campo de golf a hacer de caddie de los señoritos. Tenía nueve años y me pagaban tres pesetas por recorrido. Solo podíamos jugar en septiembre, en el campeonato de caddies. El resto fue siempre a escondidas. Si te cogían, te quitaban el palo. Al atardecer, ya no jugaban los socios y me metía yo. Jugaba hasta la noche. No podía ir al colegio, así que iba a clases particulares, dos horas, 40 pesetas al mes. Aprendí las cuatro reglas básicas. Y a ganarme un duro".

El hambre agudizó el ingenio del menor de los Sota. Su tío Victoriano traía a Pedreña un barco llamado Caddy. "Ahí venían los grandes", recuerda Ramón, "y uno de los grandes era el duque de Alba. Llevaba un maletín con ropa. Mi tío me lo daba para que se lo subiera a la habitación. Y al duque le entraba un carraspeo: 'Muchas gracias, chico'. Y me daba ¡cinco pesetas! Así crecí.

Hasta que el golf entró en mí. Me convencí de que el ganado no daba mucho". Ramón Sota comenzó a ganar todos los torneos de caddies. Pronto no le dejaron jugar más porque vencía siempre. El trabajo en el campo le había endurecido. Mover herramientas, segar, pescar, le hizo fuerte: "Hoy se hacen fuertes en el gimnasio. Yo me hice fuerte porque tenía hambre". La vida le dio una oportunidad en 1956. El Campeonato de España se jugaba en Pedreña.

El premio, 10.000 pesetas. Ramón tenía 18 años. "Mi hermano Marcelino me mandó unos palos de Inglaterra. Le pedí el dinero a mi madre y me dejaron jugar con una licencia de caddie. Gané a todos los profesionales. Dijeron que era suerte, un cuento de hadas. Yo sabía que en mis manos había algo más que cuento. Sentía el golf dentro". Fue el inicio de todo. "Me abrí al mundo"... Seguir leyendo entrevista....

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