El secreto del éxito se cimenta sobre un desmedido amor a este deporte, que le hace obstinado en el trabajo, y una preparación física acorde con lo que exige este deporte. Se ha creado una falsa imagen en torno a Miguel por el puro y la curva en las abdominales, que en lugar de tableta tienen forma de souflé en su caso. Pero Jiménez trabaja en el gimnasio, desde el año 2000, con la misma intensidad que en el campo de golf. Como no había hecho nada este invierno, como se dedicó al entrenamiento invisible, algo saludable en un deporte que termina saturando la mente con frecuencia, se llevó al Golfo Pérsico a su entrenador. No abusa de las pesas, pero cuentan los golfistas que la elíptica la quema.
Incluso del defecto ha hecho una virtud. Jiménez será posiblemente el jugador de elite que más cambia de caddie, la estirpe de donde surgió él. Al último le despidió la semana antes. “Es un buen caddie, de verdad, pero siento que voy solo por el campo”, argumentó. Cuando algo no funciona, no siempre hay que flagelarse y esa facilidad para encontrar elementos perturbadores ajenos, aunque sea incomprensible para muchos, se ha convertido en su aliada.
Jiménez, golfista de sensaciones, ha vuelto a la nobleza del golf. Desde el puesto 30 del ránking mundial la vida es más sencilla: tiene pasaporte para los grandes torneos y él rejuvenece cada día. En noviembre pasado, sin ir más lejos, no tuvo ningún complejo en acompañar a Pablo Larrazábal, Rafa Cabrera, los veinteañeros que acaban de saltar al circuito profesional, a hacer surf en la playa en una semana que tenían colgada entre torneo y torneo en Oriente.
0 comentarios:
Publicar un comentario