Las dos caras del golf

Tiger Woods y Phil Mickelson, los dos mejores jugadores del mundo, vivieron sensaciones muy diferentes el pasado domingo en Augusta. Mientras Tiger finalizaba en un decepcionante cuarto puesto, aislado de los aficionados por las extremas medidas de seguridad y sin su esposa Elin Nordegren en las gradas después de sus escandalosas aventuras extramatrimoniales, Mickelson estaba en una nube.

El jugador de Arizona vivió uno de los días más felices de su vida. No sólo se enfundó su tercera chaqueta verde en el Masters de Augusta sino que pudo celebrarlo con su esposa Amy, sus tres hijas, sus padres y hermano, algo que quizá no podía soñar un año atrás. Porque Mickelson no ha podido centrarse únicamente en el golf en los últimos meses.

Su esposa Amy lleva un año luchando contra un cáncer de mama al igual que su madre, lo que le llevó a renunciar a participar en el Open Británico para estar junto a ella. Ahora, tuvo la suerte de tenerlas a las dos a su lado en un momento importante de su carrera. “Ha sido una semana muy especial”, reconoció Mickelson. “Tener a mi lado a mi esposa y mis hijas es difícil de describir. Es algo increíble después de lo mucho que hemos pasado este año. Poder disfrutarlo juntos es maravilloso”, aseguró el jugador zurdo, que ya ha entrado en la historia del torneo, entre los más laureados, con tres títulos.Mickelson, de 39 años, representa los valores tradicionales estadounidenses.

Universitario, exitoso en los estudios, educado y el padre de familia ejemplar. Unos valores que ha mantenido desde su llegada al circuito profesional a diferencia de Tiger Woods, convertido en un icono publicitario y una máquina de ganar dinero gracias a sus triunfos, pero que se olvidó sus valores de juventud para acabar siendo presa de la prensa amarilla tras dejarse llevar por el éxito y la fama y sus devaneos sexuales fuera del matrimonio.Mickelson, que no tiene precisamente una relación muy fluida con Tiger –siempre rivales directos en el campo de golf–, ha tratado de llevar una vida normal, como buen padre de familia, y lo demostró esta semana.

Mientras el número uno del mundo trataba de mejorar su juego en el campo de prácticas junto a alguno de sus instructores personales, Mickelson dedicaba tiempo a sus hijas, en la casa que alquilaron para estar todos cerca. Llegaron a Augusta el pasado martes, a tiempo para que sus hijas pudieran realizar el trabajo de caddy para su padre en el concurso de pares 3 que se disputa el día previo al torneo. Mickelson pasó muchas mañanas, previas a jugar su vuelta en Augusta, jugando al ajedrez con su hija Sofía, de 8 años y hasta tuvo que acudir de urgencias el sábado por la noche, después que su hija de 10 años, Amanda, sufriera una fisura en su muñeca tras caerse patinando. Todo ello no le impidió concentrarse en su trabajo para acabar ganando el torneo.

Tiger, malhumorado.

La cara opuesta fue Woods. El cuatro veces ganador del torneo se fue de vacío por quinto año consecutivo, algo que no le agradó demasiado y que tampoco disimuló ante la prensa poco después de acabar. “Yo siempre juego para ganar y esta vez no lo logré”, dijo con cara de pocos amigos. “A medida que avanzaba el torneo, le fui dando a la bola peor y así es difícil ganar en Augusta”. Tiger, que sólo tuvo el apoyo de su madre Kutilda, no desveló cuándo volverá a jugar. “Ahora me voy a tomar un descanso y ya veré”, dijo antes de desaparecer entre guardias de seguridad.

Fuente: Sport.es

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